Al llegar de la escuela, Paula tiene ganas de jugar y pide a su papá su osito de peluche. La niña trata a su oso como si tuviera vida. Le habla, le enseña cuánto ha crecido y le enseña su pie, para que se dé cuenta de lo mayor que es ya. Con aquellos pies ya puede dar pasos casi de gigante. Mientras enseña al oso los pasos que ella es capaz de dar, se le cae al suelo y decide cambiar de juego. Tanta zancada la ha dejado cansada. Hasta llevar a su osito de la mano se le antoja un gran esfuerzo. Incluso parece que ahora su oso pesa más que antes. «¡Uy! ¡Pesas!», le dice. Entonces se sientan en sus sillitas y juegan a cocinar. Paula le pregunta a su osito si quiere sopa y le da cucharaditas. Luego le añade a la sopa un poco de salsa de tomate. ¡Qué barbaridad! Y, en vez de dársela al oso se la toma ella. Y encima la encuentra muy rica: «¡Mmm, sopa y salsa!».
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